viernes, 24 de octubre de 2014

Nacen un príncipe y un mendigo

En la vieja cuidad  de Londres, y en cierto día del siglo XVI, le nació un hijo a una familia pobre, apellidada Canty, que no deseaba tenerlo. El mismo día le nació otro niño ingles a una familia rica, apellidada Tudor, que lo deseaba. Lo deseaba. Lo deseaba también Inglaterra toda. Inglaterra lo había deseado ardientemente durante mucho tiempo, había hecho votos por tenerlo, y se lo había pedido a Dios con oraciones; y con que le llegaba por fin, su pueblo estaba 
casi loco de regocijo. Personas que eran simples conocidos, se abrazaban, se besaban mutuamente y lloraban. No hubo nadie que no hiciese fiesta: altos, bajos, ricos y pobres banqueteaban, cantaban y se ponían alegrillos; eso duró días y noches enteras. Londres era de día digno de verse, con alegres bandejas ondeando en todos los balcones y tejados, mientras recorrían las calles magníficos cortejos. Y durante la noche volvía a ser digno de verse, con sus grandes hogueras en todas las esquinas, y en torno a ellas, la multitud entregándose a la mas bulliciosa algazara. No se hablaba en toda Inglaterra de otra cosa que de el recién nacido, Eduardo Tudor, príncipe de Gales, que descansaba envuelto en seda y rasos, ajeno a tanta jarana, sin saber que unos grandes señores y damas le cuidaban  y tenían puestos los ojos en él. Sin saberlo ni dársele un comino por ello. 
Nadie hablaba del otro recién nacido, Tom Canty, fajado en pobres harapos, como no fuese la familia de solemnidad a la que había venido a fastidiar ahora su presencia.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario